lunes, 19 de octubre de 2015

MARCELINO SANZ DE SAUTUOLA

MARCELINO SANZ DE SAUTUOLA Y LA CUEVA DE ALTAMIRA

En este país, donde nadie es profeta en su tierra y donde es más normal que te reciban a pedradas a que, en su lugar, te pongan una estatua con una dedicatoria, salvo en el cementerio, claro está, ocurrió esta historia que voy a contar ahora.
También hay que decir que sucedió, porque le damos más valor a la opinión de los extranjeros que a lo que nos dicen los propios españoles.
Marcelino Sanz de Sautuola nació en 1831 en Santander, en la actual comunidad autónoma de Cantabria. Creció en el seno de una familia señorial procedente de Puente de San Miguel y había estudiado Derecho en la Universidad de Valladolid.

Por tanto, tenía una buena posición social y ésta le permitió disfrutar de otras inquietudes intelectuales como las Ciencias Naturales o la Arqueología. Aparte de pasar el verano en una casona de su propiedad con unas 300 Ha, donde solían plantar especies vegetales de todo el mundo.
Supongo que su visita a la Exposición Universal de París de 1878, le influenció mucho, pues allí pudo ver una gran colección de fósiles y de objetos prehistóricos de toda índole. Eso le animaría a hacer investigaciones por su cuenta en su tierra.
Ya en 1868, un cazador de Cantabria llamado Modesto Cubillas encontró la entrada de la cueva de Altamira, pues tuvo que liberar a uno de sus perros, que se había quedado allí atrapado sin poder salir.
No se le dio importancia a esta noticia, pues, en esa zona, hay cientos de cuevas de ese tipo y la gente estaba acostumbrada a verlas.
Es posible que Sautuola se interesara por el tema, pues Cubillas era uno de los aparceros de su finca. Por ello, se cree que la visitó en 1876, pero no encontró nada que le pudiera interesar. No olvidemos que, en esa época, el interés de los exploradores se centraba en encontrar objetos, no iban buscando otras cosas, ni mucho menos, el estudio de las capas de tierra, como se hace ahora.
En 1879, Marcelino, volvió a la cueva, esta vez acompañado por su hija María Faustina, que tenía unos 8 años. Él tenía intención de buscar restos de herramientas prehistóricas, como las que había visto el año anterior en París.
En un descuido del padre, la niña entró en la cueva y estuvo curioseando por allí, hasta que vio unas pinturas en el techo, algo que se les había pasado por alto a todos los que habían entrado a ver la cueva.
Al salir la niña de la cueva, fue corriendo hacia su padre diciéndole “Papá, mira, hay bueyes pintados”.
El padre entró con ella y se asombró, pues no eran “bueyes”, sino bisontes, una especie que no existía en Europa desde hacía miles de años.
La ciencia en España siempre ha sido tremendamente conservadora y, encima, ¡no les iba a enmendar la plana un simple aficionado!
Por eso, cuando en 1880, publicó su descubrimiento en un libro titulado “Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la provincia de Santander”, se le echó encima todo el mundo. Empezando por los grandes especialistas franceses de la época, que sólo dieron su brazo a torcer muchos años después, y seguidos por los miles de pelotas y enteradillos que surgieron en España por todas partes.
Ya sabemos que, en España, en términos generales,  la gente presume de saber de todo, sin entender de nada.
Realmente, los franceses no reconocieron este descubrimiento, porque aún no habían encontrado unas cuevas con pinturas parecidas en su territorio. No les cabía en la cabeza que hubiera llegado la cultura del Paleolítico antes a la “inculta” España que a la gran Francia. Bueno, no hará falta decir cómo son los gabachos. A estas alturas, supongo que los conocemos todos.
No sólo no reconocieron este descubrimiento, sino que, en un alarde de alevosía, acusaron al descubridor de haberlas pintado él mismo, pues no sospechaban que los artistas prehistóricos pintaran tan bien y, además, según dijeron, era tremendamente sospechoso que unas pinturas con tantos miles de años estuvieran tan bien conservadas.
Sólo hubo dos reconocidos especialistas españoles que apoyaron a Marcelino, Juan Vilanova i Piera y Miguel Rodríguez Ferrer.
Esa campaña contra él fue como una losa y más, como es sabido, en el siglo XIX, donde se defendía el honor con las armas en la mano.
Parece ser que, en principio, no hubo manera de convencer al resto de la comunidad científica. Su amigo, el catedrático de la Universidad Central  de Madrid, Vilanova i Piera, acudió en 1880 a un Congreso Internacional de Arqueología y Antropología histórica, que se celebró en Lisboa. No hubo manera de convencer al resto de los asistentes y tuvo que volverse sin haber conseguido ninguno de sus objetivos.
Incluso, en 1881, el especialista francés E. Harle, visitó la cueva y afirmó que las pinturas le parecían muy recientes, aunque no acusó a nuestro personaje de haberlas realizado.
Evidentemente, hay que aclarar que Altamira fue el primer lugar donde se descubrió lo que se llama el arte parietal, o sea, realizado en la pared,  y tanto su estilo, como su buena conservación les hacía sospechar mucho a los especialistas. No olvidemos que la idea que tenía la Ciencia, en ese momento, sobre los hombres del Paleolítico es que eran más o menos unos monos.
También se vivía, en ese momento, un gran enfrentamiento, sobre la Creación del Mundo,  entre la Ciencia y la Iglesia y los primeros temían que aquello fuera una trampa para hacer caer en el ridículo a los científicos.
 En una carta escrita por el especialista francés Gabriel de Mortillet a su colega Émile Cartailhac, el primero le advierte al segundo, antes de que visite esa cueva: “No te fíes, amigo, es una trampa que nos tienden los jesuitas a los prehistoriadores para reírse de nosotros”.
Por supuesto, los científicos españoles se contagiaron del escepticismo galo y, en 1886, la Sociedad Española de Historia Natural llevó a cabo dos sesiones en Madrid, donde se discutió este asunto y, a pesar de las razones aportadas por el catedrático Vilanova, se acordó que las pinturas eran falsas.
Incluso, Lemus y Olmo, director de la Calcografía Nacional, se permitió afirmar que las pinturas eran “obra de un mediano discípulo de la escuela moderna… y denota en la ejecución un abandono amanerado”.
Además, se permitieron afirmar algunos que pudieron haber sido obras realizadas por soldados romanos, fenicios o alguna otra civilización con más lustre que unos tipos casi simiescos de la Edad de Piedra.
Todo esto, según se dice, le afectó mucho en la salud a nuestro personaje, pues aún en 1888, año de su fallecimiento, la opinión del mundo de la ciencia era contrario a las pinturas de Altamira. Es una pena que le llegara la muerte tan pronto, con sólo 57 años, y sin haber podido gozar de la gloria de su descubrimiento. Desde su descubrimiento tuvo que aguantar que le tacharan por todas partes de loco, farsante o embustero.
No hará falta decir que, cuando los franceses tuvieron sus cuevas y sus pinturas, la cosa cambió radicalmente. Incluso, se permitieron afirmar que las suyas, como las de la Mouthe o Combarelles, eran más antiguas que las nuestras.
El abate Breuil ya fue a investigar a la cueva y admitió su autenticidad. Incluso,  la calificó como “la Capilla Sixtina del Arte Paleolítico”. Ahora sí que se apuntaron todos al carro vencedor y cambiaron de opinión, como si no hubiera pasado nada.
Eso sí, el único que admitió que se había equivocado fue el  especialista francés  Émile Cartailhac, que anteriormente tanto había combatido a Sautuola. Los españoles, por supuesto, no quisieron reconocer que habían hecho el ridículo más espantoso y, además, habían puesto en entredicho el honor de una persona honrada y amante de la Ciencia y el progreso.
Este reconocimiento de Cartailhac fue publicado en 1902, en la revista francesa “L’Anthropologie”, dentro de un artículo titulado “La gruta de Altamira. Mea culpa de un escéptico”.
A partir de ahí, la cueva se llenó de científicos y curiosos de todo el mundo. Ese mismo año, acudieron, entre otros, Breuil y Cartailhac, acompañados por Menéndez Pelayo, con el fin de realizar unos dibujos sobre las figuras representadas en la cueva. Se dice que, cada vez que Cartailhac visitaba la zona, acudía a la casona familiar, donde vivía María Faustina a disculparse ante ella por el daño inferido al honor de su padre. Incluso, fue en una ocasión a rendir homenaje ante la tumba de Sautuola.
Ante aquella avalancha de público, empezaron a  to
marse algunas medidas, por parte del Gobierno Civil de la provincia y el Ayuntamiento de Santillana del Mar para conservar en buen estado esas pinturas.
Otro aficionado a la arqueología que dio renombre a la cueva de Altamira y otras de la zona de Cantabria y Asturias, fue Herminio Alcalde del Río. Este 
acompañó a los investigadores, realizando bocetos de todas las pinturas de las cuevas. No hay que olvidar que, durante muchos años,  fue director de la Escuela de Artes y Oficios de Torrelavega.
Incluso, estuvo trabajando en las excavaciones de varias cuevas en Asturias, financiado por el príncipe Alberto I de Mónaco.

En Altamira,  la cosa se animó cuando otro científico, Francisco de las Barras encontró dentro de la cueva restos de ciervos, osos, caballos, etc.
Con Breuil y Alcalde del Río llegó, en 1908, otro erudito alemán llamado Hugo Obermaier. Este estaba muy interesado por las cuevas asturianas, como la del Castillo.
El comienzo de la I Guerra Mundial le impidió regresar a su país y, por tanto, se quedó en España estudiando a fondo las cuevas de Cantabria y reconociendo oficialmente la antigüedad de las mismas y de sus pinturas.

Desde 1917 se permitió al público visitarla y, como tuvo tanto éxito, en 1973, hubo que cerrarla por vez primera, porque se estaban estropeando las pinturas, a causa del exceso de temperatura y de la contaminación. En 1985 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Desde entonces, ha habido mucha polémica sobre si era recomendable volverlas a abrir o no. Últimamente, se ha permitido que entraran 5 visitantes por día, por un espacio de 30 minutos cada uno, para evaluar el daño que se podía causar a las imágenes. Junto a la cueva se han realizado unas copias de la misma en otra cueva vecina, para que los visitantes puedan ver las imágenes sin dañar los originales.
Dentro de Cantabria hay unas 6.000 cuevas de este tipo y en unas 60 se han descubierto, hasta la fecha, pinturas rupestres.


En 2012, surgió otra nueva polémica. Sucedió que un equipo científico, capitaneado por el Dr. Pike, de la Universidad de Bristol, junto con varios especialistas españoles y portugueses, estudiaron a fondo la antigüedad de las pinturas de Altamira y de otras cuevas como la del Castillo.
Para su asombro, comprobaron que algunas de las pinturas tenían más de 40.000 años. Sabiendo que, según las evidencias, los Homo Sapiens llegaron a España hace unos 41.500 años, es posible que estas obras no hubieran sido hechas por la mano de un Homo Sapiens, sino que podría darse el caso de que hubieran sido realizadas  nada menos que por neandertales.
Ahí tenemos otro debate parecido al del comienzo, porque la Ciencia actual reconoce una serie de capacidades al Homo Sapiens, pero todavía sigue pensando, cada día menos, que el Neandertal era una cosa parecida al gorila. Así que eso de reconocer lo de las pinturas hechas por neandertales es muy difícil de digerir.
En fin, ahí os dejo meditando si podían haber sido hechas por los neandertales. Por cierto, ¿habéis visto en España algún monumento dedicado a Marcelino Sanz de Sautuola o a su hija María? Pues, yo tampoco. Así es este país.

viernes, 2 de octubre de 2015

HOMO NALEDI

Por su morfología, los responsables del hallazgo sitúan al Homo naledi justo en el origen del género Homo, en el punto intermedio entre los australopitecos y las especies plenamente humanas como Homo erectus. Esto supondría que vivieron hace al menos dos millones de años y les otorgaría un papel clave hacia la aparición de nuestra especie.
 Se trata de la que han bautizado como Homo naledi, como homenaje al lugar donde fueron hallados los restos ya que Naledi significa estrella (Star, en inglés) en el idioma local de ese lugar de Sudáfrica.