MARCELINO SANZ DE SAUTUOLA Y LA CUEVA DE ALTAMIRA
En este país, donde nadie es
profeta en su tierra y donde es más normal que te reciban a pedradas a que, en
su lugar, te pongan una estatua con una dedicatoria, salvo en el cementerio,
claro está, ocurrió esta historia que voy a contar ahora.
También hay que decir que
sucedió, porque le damos más valor a la opinión de los extranjeros que a lo que
nos dicen los propios españoles.
Marcelino Sanz de Sautuola nació
en 1831 en Santander, en la actual comunidad autónoma de Cantabria. Creció en
el seno de una familia señorial procedente de Puente de San Miguel y había
estudiado Derecho en la Universidad de Valladolid.
Por tanto, tenía una buena
posición social y ésta le permitió disfrutar de otras inquietudes intelectuales
como las Ciencias Naturales o la Arqueología. Aparte de pasar el verano en una
casona de su propiedad con unas 300 Ha, donde solían plantar especies vegetales
de todo el mundo.
Supongo que su visita a la Exposición
Universal de París de 1878, le influenció mucho, pues allí pudo ver una gran
colección de fósiles y de objetos prehistóricos de toda índole. Eso le animaría
a hacer investigaciones por su cuenta en su tierra.
Ya en 1868, un cazador de
Cantabria llamado Modesto Cubillas encontró la entrada de la cueva de Altamira,
pues tuvo que liberar a uno de sus perros, que se había quedado allí atrapado
sin poder salir.
Es posible que Sautuola se
interesara por el tema, pues Cubillas era uno de los aparceros de su finca. Por
ello, se cree que la visitó en 1876, pero no encontró nada que le pudiera
interesar. No olvidemos que, en esa época, el interés de los exploradores se
centraba en encontrar objetos, no iban buscando otras cosas, ni mucho menos, el
estudio de las capas de tierra, como se hace ahora.
En 1879, Marcelino, volvió a la
cueva, esta vez acompañado por su hija María Faustina, que tenía unos 8 años. Él
tenía intención de buscar restos de herramientas prehistóricas, como las que había
visto el año anterior en París.
En un descuido del padre, la niña
entró en la cueva y estuvo curioseando por allí, hasta que vio unas pinturas en
el techo, algo que se les había pasado por alto a todos los que habían entrado
a ver la cueva.
Al salir la niña de la cueva, fue
corriendo hacia su padre diciéndole “Papá, mira, hay bueyes pintados”.
El padre entró con ella y se
asombró, pues no eran “bueyes”, sino bisontes, una especie que no existía en
Europa desde hacía miles de años.
La ciencia en España siempre ha
sido tremendamente conservadora y, encima, ¡no les iba a enmendar la plana un
simple aficionado!
Por eso, cuando en 1880, publicó
su descubrimiento en un libro titulado “Breves apuntes sobre algunos objetos
prehistóricos de la provincia de Santander”, se le echó encima todo el mundo. Empezando
por los grandes especialistas franceses de la época, que sólo dieron su brazo a
torcer muchos años después, y seguidos por los miles de pelotas y enteradillos
que surgieron en España por todas partes.
Ya sabemos que, en España, en
términos generales, la gente presume de
saber de todo, sin entender de nada.
Realmente, los franceses no
reconocieron este descubrimiento, porque aún no habían encontrado unas cuevas
con pinturas parecidas en su territorio. No les cabía en la cabeza que hubiera
llegado la cultura del Paleolítico antes a la “inculta” España que a la gran
Francia. Bueno, no hará falta decir cómo son los gabachos. A estas alturas, supongo
que los conocemos todos.
No sólo no reconocieron este
descubrimiento, sino que, en un alarde de alevosía, acusaron al descubridor de
haberlas pintado él mismo, pues no sospechaban que los artistas prehistóricos
pintaran tan bien y, además, según dijeron, era tremendamente sospechoso que
unas pinturas con tantos miles de años estuvieran tan bien conservadas.
Sólo hubo dos reconocidos
especialistas españoles que apoyaron a Marcelino, Juan Vilanova i Piera y
Miguel Rodríguez Ferrer.
Esa campaña contra él fue como
una losa y más, como es sabido, en el siglo XIX, donde se defendía el honor con
las armas en la mano.
Parece ser que, en principio, no
hubo manera de convencer al resto de la comunidad científica. Su amigo, el
catedrático de la Universidad Central de
Madrid, Vilanova i Piera, acudió en 1880 a un Congreso Internacional de
Arqueología y Antropología histórica, que se celebró en Lisboa. No hubo manera
de convencer al resto de los asistentes y tuvo que volverse sin haber
conseguido ninguno de sus objetivos.
Incluso, en 1881, el especialista
francés E. Harle, visitó la cueva y afirmó que las pinturas le parecían muy
recientes, aunque no acusó a nuestro personaje de haberlas realizado.
Evidentemente, hay que aclarar
que Altamira fue el primer lugar donde se descubrió lo que se llama el arte
parietal, o sea, realizado en la pared, y tanto su estilo, como su buena conservación
les hacía sospechar mucho a los especialistas. No olvidemos que la idea que
tenía la Ciencia, en ese momento, sobre los hombres del Paleolítico es que eran
más o menos unos monos.
También se vivía, en ese momento,
un gran enfrentamiento, sobre la Creación del Mundo, entre la Ciencia y la Iglesia y los primeros temían
que aquello fuera una trampa para hacer caer en el ridículo a los científicos.
En una carta escrita por el especialista
francés Gabriel de Mortillet a su colega Émile Cartailhac, el primero le
advierte al segundo, antes de que visite esa cueva: “No te fíes, amigo, es una
trampa que nos tienden los jesuitas a los prehistoriadores para reírse de
nosotros”.
Por supuesto, los científicos
españoles se contagiaron del escepticismo galo y, en 1886, la Sociedad Española
de Historia Natural llevó a cabo dos sesiones en Madrid, donde se discutió este
asunto y, a pesar de las razones aportadas por el catedrático Vilanova, se
acordó que las pinturas eran falsas.
Incluso, Lemus y Olmo, director
de la Calcografía Nacional, se permitió afirmar que las pinturas eran “obra de
un mediano discípulo de la escuela moderna… y denota en la ejecución un
abandono amanerado”.
Además, se permitieron afirmar
algunos que pudieron haber sido obras realizadas por soldados romanos, fenicios
o alguna otra civilización con más lustre que unos tipos casi simiescos de la
Edad de Piedra.
Todo esto, según se dice, le
afectó mucho en la salud a nuestro personaje, pues aún en 1888, año de su
fallecimiento, la opinión del mundo de la ciencia era contrario a las pinturas
de Altamira. Es una pena que le llegara la muerte tan pronto, con sólo 57 años,
y sin haber podido gozar de la gloria de su descubrimiento. Desde su
descubrimiento tuvo que aguantar que le tacharan por todas partes de loco,
farsante o embustero.
No hará falta decir que, cuando
los franceses tuvieron sus cuevas y sus pinturas, la cosa cambió radicalmente. Incluso,
se permitieron afirmar que las suyas, como las de la Mouthe o Combarelles, eran
más antiguas que las nuestras.
El abate Breuil ya fue a
investigar a la cueva y admitió su autenticidad. Incluso, la calificó como “la Capilla Sixtina del Arte
Paleolítico”. Ahora sí que se apuntaron todos al carro vencedor y cambiaron de
opinión, como si no hubiera pasado nada.
Eso sí, el único que admitió que
se había equivocado fue el especialista francés Émile Cartailhac, que anteriormente tanto
había combatido a Sautuola. Los españoles, por supuesto, no quisieron reconocer
que habían hecho el ridículo más espantoso y, además, habían puesto en
entredicho el honor de una persona honrada y amante de la Ciencia y el
progreso.
Este reconocimiento de Cartailhac
fue publicado en 1902, en la revista francesa “L’Anthropologie”, dentro de un
artículo titulado “La gruta de Altamira. Mea culpa de un escéptico”.
A partir de ahí, la cueva se
llenó de científicos y curiosos de todo el mundo. Ese mismo año, acudieron,
entre otros, Breuil y Cartailhac, acompañados por Menéndez Pelayo, con el fin
de realizar unos dibujos sobre las figuras representadas en la cueva. Se dice
que, cada vez que Cartailhac visitaba la zona, acudía a la casona familiar,
donde vivía María Faustina a disculparse ante ella por el daño inferido al
honor de su padre. Incluso, fue en una ocasión a rendir homenaje ante la tumba
de Sautuola.
Ante aquella avalancha de
público, empezaron a to
marse algunas
medidas, por parte del Gobierno Civil de la provincia y el Ayuntamiento de
Santillana del Mar para conservar en buen estado esas pinturas.
Otro aficionado a la arqueología
que dio renombre a la cueva de Altamira y otras de la zona de Cantabria y
Asturias, fue Herminio Alcalde del Río. Este
acompañó a los investigadores, realizando
bocetos de todas las pinturas de las cuevas. No hay que olvidar que, durante
muchos años, fue director de la Escuela
de Artes y Oficios de Torrelavega.
Incluso, estuvo trabajando en las
excavaciones de varias cuevas en Asturias, financiado por el príncipe Alberto I
de Mónaco.
En Altamira, la cosa se animó cuando otro científico,
Francisco de las Barras encontró dentro de la cueva restos de ciervos, osos,
caballos, etc.
Con Breuil y Alcalde del Río
llegó, en 1908, otro erudito alemán llamado Hugo Obermaier. Este estaba muy
interesado por las cuevas asturianas, como la del Castillo.
El comienzo de la I Guerra
Mundial le impidió regresar a su país y, por tanto, se quedó en España
estudiando a fondo las cuevas de Cantabria y reconociendo oficialmente la
antigüedad de las mismas y de sus pinturas.
Desde 1917 se permitió al público
visitarla y, como tuvo tanto éxito, en 1973, hubo que cerrarla por vez primera,
porque se estaban estropeando las pinturas, a causa del exceso de temperatura y
de la contaminación. En 1985 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la
UNESCO.
Desde entonces, ha habido mucha
polémica sobre si era recomendable volverlas a abrir o no. Últimamente, se ha
permitido que entraran 5 visitantes por día, por un
espacio de 30 minutos cada uno, para evaluar el daño que se podía causar a las
imágenes. Junto a la cueva se han realizado unas copias de la misma en otra
cueva vecina, para que los visitantes puedan ver las imágenes sin dañar los originales.
Dentro de Cantabria hay unas
6.000 cuevas de este tipo y en unas 60 se han descubierto, hasta la fecha,
pinturas rupestres.
En 2012, surgió otra nueva
polémica. Sucedió que un equipo científico, capitaneado por el Dr. Pike, de la
Universidad de Bristol, junto con varios especialistas españoles y portugueses,
estudiaron a fondo la antigüedad de las pinturas de Altamira y de otras cuevas
como la del Castillo.
Para su asombro, comprobaron que
algunas de las pinturas tenían más de 40.000 años. Sabiendo que, según las
evidencias, los Homo Sapiens llegaron a España hace unos 41.500 años, es posible
que estas obras no hubieran sido hechas por la mano de un Homo Sapiens, sino
que podría darse el caso de que hubieran sido realizadas nada menos que por neandertales.
Ahí tenemos otro debate parecido
al del comienzo, porque la Ciencia actual reconoce una serie de capacidades al
Homo Sapiens, pero todavía sigue pensando, cada día menos, que el Neandertal
era una cosa parecida al gorila. Así que eso de reconocer lo de las pinturas
hechas por neandertales es muy difícil de digerir.
En fin, ahí os dejo meditando si
podían haber sido hechas por los neandertales. Por cierto, ¿habéis visto en
España algún monumento dedicado a Marcelino Sanz de Sautuola o a su hija María?
Pues, yo tampoco. Así es este país.