En Cantabria, cerca de Santillana del Mar se encuentra la cueva de Altamira, uno de los conjuntos de arte rupestre más importante del mundo.
Allí, Modesto Cubillas explotaba unas tierras de pasto que había alquilado a don Marcelino Sanz de Sautuola. Un día, paseando por una de las praderas que tenía por nombre Altamira, vio que su perro desaparecía por una pequeña grieta entre rocas y maleza. Como tardaba en aparecer, lo llamó, pero el animal no respondía. Al ir a buscarlo, removió algunas piedras y pudo darse cuenta de que aquello era la entrada de una gran caverna. En el interior, a pocos metros, su perro olfateaba unos huesos.
Don Marcelino Sanz de Sautuola
Don Marcelino Sanz de Sautuola, aficionado a los estudios de la prehistoria, mostró desde pequeño su interés en las ciencias naturales, la botánica y la geología. De hecho, fue él quien plantó el primer ejemplar de eucalipto en Cantabria hace ya casi 150 años.
En la visita a la Exposición Universal celebrada en París, en el año 1878, observa las colecciones expuestas de artículos prehistóricos, las cuales le causan tal impresión que se ve motivado a explorar mejor su tierra natal.
De hecho lo que allí contempló con sorpresa fueron numerosos fósiles y piezas de silex semejantes a las que él hallaba y coleccionaba en sus paseos por los montes. Por ello, ya de vuelta se puso manos a la obra y exploró distintas cuevas que se encontraban en los alrededores de esa sierra.
Además de arrendarle algunos pastos a Modesto, Sautuola le encargaba trabajos -entre otros- de poda de árboles. En uno de sus frecuentes encuentros, le relató el suceso del perro y la existencia de aquella caverna oculta entre la maleza.
Don Marcelino, que para entonces ya había explorado muchas de las cuevas del entorno, decidió ir a visitar aquel extraño lugar que le había descrito Modesto. Corría el año 1876. Ya en la primera inspección de la cueva encontró el mayor número de restos de fauna y útiles de uso cotidiano antiguos que jamás había visto. También observó grabados y pequeñas pinturas en las paredes de las cinco galerías que componen la caverna.
Su hija María
Hizo más visitas a Altamira, en las que reunió más herramientas de silex y objetos. Sin embargo, no advirtió que por encima de su cabeza había un inmenso lienzo con pinturas que decoraban el techo de la sala principal.
Tres años más tarde, en 1879, hizo una nueva visita a la caverna, esta vez acompañado de su pequeña hija María Justina, de ocho años. Mientras don Marcelino inspeccionaba el suelo y las paredes, la niña, mirando al techo, pronunció la célebre frase: "¡Papá, mira! ¡Bueyes pintados!"
Sautuola quedó inmóvil, extasiado ante las pinturas que su hija le acababa de revelar. Inmediatamente, fue consciente de la importancia del hallazgo.
En un principio, la noticia fue recibida con muchas dudas y recelos por parte de los prehistoriadores franceses, considerándose que eran falsas, a pesar de las evidencias, A pesar de ello, años más tarde se admitió la autenticidad de dichos hallazgos. Fue el propio H. Breuil quien la definió como la "Capilla Sixtina del arte paleolítico".