Hace algo más de dos meses, el 10 de septiembre de 2015, volvieron a tambalearse los frágiles cimientos de nuestros conocimientos sobre la
evolución humana. Justo ese día el mundo se hizo eco de uno de los
mayores descubrimientos evolutivos que se gestaba desde hacía ya dos
años, el descubrimiento del denominado Homo naledi.
No es mi intención
escribir sobre los cuantiosos hallazgos que han tenido lugar en este
último siglo en en busca de comprender la evolución humana, una tarea
demasiado ardua para la que aún no me siento capacitada. Por ello y para
poner en contexto el presente artículo, adjunto el siguiente esquema,
donde podemos ver nuestra posible línea evolutiva más reciente, junto a
tres probables adscripciones del Homo naledi, como más tarde comentaré.
El descubrimiento de este nuevo hominino tuvo lugar el 13 de septiembre
de 2013, cuando Tucker y Hunter, dos espeleólogos aficionados,
penetraron en un sistema de cuevas llamado Rising Star, situado al
noroeste de Johannesburgo, en la provincia sudafricana de Gauteng. Ambos
espeleólogos fueron advertidos previamente por Lee Berger ante la
posibilidad de encontrar restos arqueológicos, ya que el sistema
kárstico forma parte de un conjunto de yacimientos paleontológicos y
arqueológicos denominado Cuna de la Humanidad, considerados en 1999 por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad.
Para llegar a la cámara Dinaledi,
donde reposaban los restos fósiles, ambos espeleólogos atravesaron el
denominado “pasadizo de Superman” de unos 25 cm de alto hasta llegar a
otra cámara, para volver posteriormente a descender por un nuevo pozo de
12 metros de profundidad denominado “espalda del Dragón”. Cual fue la
sorpresa de ambos cuando al posar los pies sobre el suelo de la nueva
cámara había huesos por todas partes, sin quererlo se encontraban ante un hallazgo sin precedentes.
Seis jóvenes profesionales fueron las elegidas, por su experiencia y
complexión física, para la ardua tarea de excavar el registro fósil. Se
llevaron a cabo dos campañas, en octubre de 2013 y en marzo de 2014, en
las que, en tan solo 15 centímetros de potencia, consiguieron recuperar
1413 muestras de hueso y 137 muestras dentales aisladas,
correspondientes a 15 individuos como mínimo.
El material óseo presentaba características muy arcaicas similares a las que podemos encontrar en el Homo habilis o incluso en Austrolophitecus, y otras características muy modernas, semejantes al Homo sapiens. En ese momento Lee Berger se percató del alcance del hallazgo, denominándolo Homo naledi. Naledi significa “estrella” en sesotho, lengua propia del pueblo sudafricano sotho.
Para
el estudio del material óseo, Lee Berger decidió convocar nuevamente a
más de una treintena de jóvenes investigadores que analizarían los
restos durante tres semanas formando grupos de especialización.
Empezando su descripción por el cráneo,
éste muestra características muy ambiguas. Por un lado tenían una
capacidad craneal de 560 cc para varones y 460 cc para hembras (debido
al dimorfismo sexual, más acusado en nuestros ancestros), es decir,
menos de la mitad de la capacidad de un humano moderno. Esto quiere
decir que poseían un cerebro muy pequeño, más parecido al de un Austrolophitecus que a cualquiera del género Homo. El
cerebro humano fue desarrollándose en tamaño a lo largo de la
evolución, pues la inteligencia es la mejor herramienta para la
supervivencia. Su cara presenta rasgos arcaicos como un torus
supraorbital marcado, cierto prognatismo mandibular y carencia de
barbilla. A pesar de ello, sus dientes son pequeños y las marcas
musculares que se pueden apreciar en hueso también, lo que implica que
no necesitaban realizar grandes esfuerzos para la masticación, rasgo que
siempre se ha asociado con la capacidad de poder procesar alimentos.
La
posición de su clavícula, la curvatura y longitud de sus falanges, son
indicativos de la posibilidad de trasladarse trepando por las ramas,
como podemos observar en ciertos primates hoy día. Por otro lado, la
forma y composición de los huesos de la muñeca y la palma de la mano, y
el aspecto del dedo pulgar son muy modernos, lo que sugieren la capacidad de fabricar útiles.
Tanto sus pies como sus rodillas son muy similares a las del Homo sapiens,
exceptuando la ligera curvatura de sus falanges. Los huesos que
componen las extremidades inferiores, fémur, tibia y peroné, son largos y
robustos, con grandes inserciones musculares. Estos rasgos son indicativo de bipedismo, es más, sugieren la posibilidad de que el Homo naledi podía recorrer grandes distancias, casi de la misma manera que un humano moderno. La
mayor diferencia que presenta su aparato locomotor es la forma de su
pelvis que presenta una forma muy primitiva, abriéndose hacia los lados y
siendo muy corta en su longitud.
A
pesar del estudio antropológico pormenorizado que se ha realizado sobre
este nuevo especimen, son muchas las dudas que suscita y que sus
descubridores aun no han sabido despejar.
La primera de ellas y la más importante en mi opinión, es la cronología
que presenta. No ha sido posible llevar a cabo ninguna datación pues
los sedimentos presentes en la cámara no lo permiten. Tampoco se
encuentran asociados a industria lítica ni a fauna, tan solo había
presentes restos de pequeños roedores y de un búho que no parecen tener
relación con nuestros homininos.
Sin esta datación es imposible saber que lugar ocupó dentro de la filogenia humana, a pesar del estudio antropológico y las diferentes comparaciones que se han realizado con el resto de individuos fósiles. Muchos científicos han acusado a Lee Berger de haberse adelantado a la publicación oficial del Homo naledi, pues sin una datación,
los fósiles no pueden adscribir a un lugar determinado en el tiempo, y
de hacerlo estaríamos hablando tan solo de meras especulaciones y
suposiciones, más o menos veraces, pero no realizadas con el método
científico adecuado.
La segunda cuestión y la que más polémica ha generado a su alrededor, es el desconocimiento sobre cómo llegaron al interior de la cámara Dinaledi. La propuesta de Lee Berger se basa en la misma explicación que los investigadores de Atapuerca atribuyeron a los
restos humanos encontrados en la Sima de los Huesos. Berger baraja la
posibilidad de que fueran allí depositados por otros miembros de su
“tribu”, a modo de enterramiento. Se
basa en que el número de individuos es elevado y su situación en la
cámara solo puede deberse a dos posibilidades: que todos murieran al
mismo tiempo o que fueran transportados hasta allí, optando por la
segunda opción.
Esta propuesta, criticada por gran parte de la comunidad científica, es en mi opinión, bastante descabellada y sensacionalista. El hecho de que fueran “enterrados” implica cierto sentido del duelo, de conocimiento sobre la muerte y de sentido ritual hacia los difuntos que no hemos podido constatar en otros especímenes con una cronología supuestamente posterior, además de no existir evidencias científicas que indiquen tal parecer.
Por otro lado, como
anteriormente expliqué, la entrada en la cámara Dinaledi es bastante
angosta y complicada, cuánto más lo sería transportando el cuerpo de un
difunto. Los estudios geológicos realizados en la cueva no parecen indicar la existencia de otra apertura al exterior de la misma,
ni siquiera que haya habido escorrentías de agua en su interior que
hubiesen podido transportar los cuerpos de una parte de la cueva a la
situación donde los encontraron Tucker y Hunter.
Respecto a este parecer, muchos medios de comunicación no
especializados en ciencia, apoyaron la teoría de Berger, basándose en
que algunas partes del cuerpo se encontraban en posición anatómica. Esto no quiere decir que fueran depositados por otros individuos, sino que no han sufrido alteraciones desde que yacen en la cámara.
Deberemos
esperar nuevas investigaciones y sus respectivas publicaciones para
aclarar estas incógnitas y otras muchas que irán surgiendo a lo largo
del tiempo. De lo que no cabe duda es de que el Homo naledi añade
una complicación más al árbol evolutivo, haciendo más interesante si
cabe, el estudio de la evolución humana y de nuestros antepasados, una
tarea difícil y duradera que poco a poco va tejiendo los hilos
intentando dar respuesta a una de las tres preguntas universales: ¿de dónde venimos?