En el año 1907 un grupo de científicos belgas, franceses y alemanes descubrió los primeros fósiles que arrojaban luz sobre la evolución humana. Cerca de la ciudad alemana de Heidelberg se halló una mandíbula de notable importancia para la antropología por ser el fósil más antiguo de lo que iba a ser una nueva especie, el Homo heidelbergensis.
En este contexto aparecieron los arqueólogos Charles Dawson y Smith Woodward. En una reunión de la Sociedad Geológica de Londres, en diciembre de 1912, afirmaron haber descubierto el eslabón perdido entre los simios y los seres humanos con el hallazgo de unos fósiles en la localidad de Piltdown, al sur de Londres. Éstos incluían una mandíbula simiesca, partes de un cráneo similares a los de un humano y un diente canino que bien podría haber pertenecido a cualquiera de las especies. En conjunto parecían sugerir que su propietario habría exhibido características de ambos y apoyaba los postulados darwinianos.
La mayor parte de la comunidad científica y el público aceptó la historia como verdadera, salvo algunos científicos, en su mayoría de fuera del Reino Unido, que expresaron su escepticismo sobre el hallazgo de Piltdown. Tres años más tarde, Dawson tuvo un golpe de suerte y encontró los restos de un segundo Hombre de Piltdown, calmando a los pocos escépticos que quedaban. Los paleontólogos lo señalaban como el origen directo del hombre moderno, e incluso los libros de texto comenzaron a incluirlo en sus páginas.
A lo largo de las siguientes décadas se descubrieron más fósiles humanos, pero los científicos observaron que tenían poco en común con el Hombre de Piltdown. El desarrollo de nuevos métodos químicos de datación permitió reexaminarlo y en 1953, tres reputados antropólogos británicos demostraron que todo era una farsa. El cráneo alguna vez perteneció a un hombre medieval, es decir, de unos 500 años de antigüedad y no de 50.000 como había sugerido Dawson; la mandíbula era de un orangután y el canino, de un chimpancé. No solo no eran tan antiguos, sino que los fósiles realmente pertenecían a especies distintas. Además, las pruebas mostraron que habían sido teñidos con hierro y dicromato de potasio para que parecieran antiguos y que los dientes de la mandíbula habían sido limados para darles una forma más adecuada para una dieta humana.
El pasado mes de agosto, más de cien años después la perpetración del fraude, se desvelaron los resultados de una revisión del caso que comenzó en 2008. Análisis forenses de alta tecnología han llevado a concluir que los dientes del Hombre de Piltdown pertenecían a un mismo orangután y el cráneo a dos o tres humanos medievales. También han podido identificar el modus operandi, demostrando que hubo solo una persona manipulando las muestras, y Charles Dawson fue el único asociado con el segundo Hombre de Piltdown. La motivación de Dawson probablemente habría sido la ambición científica y el deseo de ser aceptados en la élite.