martes, 13 de febrero de 2018

Nyanzapithecus alesi

«Nyanzapithecus alesi» y hace honor a la palabra «ales» que en turkano significa ancestro.
En septiembre de 2014, un equipo de investigación integrado por científicos del Turkana Basin Institute de Kenia y del Anza College, en los Estados Unidos, se daba por rendido después de una campaña bastante pobre en cuanto a hallazgos en Napudet, un yacimiento en la orilla occidental del lago Turkana, en el norte de Kenia. Las orillas del lago y sus alrededores son famosos por su riquísimo registro de fósiles de homínidos y otros primates extinguidos. El equipo juntaba los petates de campaña, bastante desmoralizado, cuando John, un joven técnico, se alejó unos metros del grupo para fumar un cigarrillo en calma, contemplando el paisaje. Distraído, pero fogueado en mil caminatas, el ojo de Ekusi se centró en una roca de la cual parecía salir algo que, tras una observación detallada, resultó ser un pequeño cráneo de primate fósil.


La excitación generalizada cambió los ánimos del equipo, con justa razón. Ese cráneo pertenecía a una nueva especie de primates fósiles, que bautizaron Nyanzapithecus alesi (del vocablo ales: "ancestro" en la lengua de Turkana).


"Alesi" abrió un mundo de interpretaciones nuevas y estimulantes sobre el origen de los simios, el grupo de primates que contiene a nuestra especie, al chimpancé, los gorilas, los orangutanes y los gibones. El fósil en cuestión, un hermoso cráneo muy completo, del tamaño de un limón, perteneció a un espécimen infantil que vivió hace unos 13 millones de años, justo en el medio del Mioceno, el período que va de 23 a 5 millones de años y en el cual evolucionaron los simios y se expandieron por África y Asia.


Los científicos del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva, en Leipzig (Alemania), y del Turkana Basin Institute que tuvieron el lujo de estudiar esos restos sugieren que Alesi representa la primera prueba de cómo nosotros, como seres humanos, y nuestros parientes más cercanos, los grandes simios y los gibones, evolucionamos como un grupo distinto e independiente de los monos.

Los investigadores estudiaron el cráneo de Alesi en el sofisticado Laboratorio Europeo de Radiación Sincrotrón, en Grenoble (Francia), donde irradiaron el resto con rayos X 100.000 millones de veces más brillantes que los utilizados en un aparato de rayos X como los que se usan en los hospitales. Las imágenes obtenidas fueron fundamentales para observar la estructura de la cavidad cerebral, del oído interno e incluso de los incipientes dientes adultos, todavía sin salir en la boca del pequeño.

Alesi presenta rasgos similares a los de los gibones, como un hocico pequeño y retraído, pero también aspectos similares a chimpancés y humanos, como la anatomía de su canal auditivo.
Un día caluroso de septiembre de 2014, John Ekusi buscaba algún fósil para vender en el mercado negro hasta que encontró algo similar a un cráneo diminuto, minúsculo, un fósil que jamás había visto en su vida. No sabía entonces que aquel descubrimiento no era una simple rareza, sino el posible momento exacto en que los hombres y simios se separaron de manera definitiva en el gran árbol que es la evolución, uno de los tantos eslabones perdidos que permiten armar el largo recorrido de la conformación del homo sapiens sapiens.
El hallazgo sucedió en un yacimiento desértico y ya olvidado por los arqueólogos, al oeste del lago Turkana, en Napudet, Kenia. Entonces, pasó casi desapercibido para la gran mayoría, pero no para la comunidad científica.