jueves, 12 de febrero de 2015

EL RITUAL MÁGICO DE PINTAR

Es probable que estas pinturas fueran trazadas como parte de un ritual de magia. Era así como los hombres de la primera edad de piedra sentían que aseguraban, por ejemplo, el éxito de una expedición de cacería, realizando representaciones pictóricas del animal o de los animales a los que querían dominar.
El hombre, fue capaz de crear y dar vida a un animal igual al que cazaba que le causaba tanto temor. Lo capturó en una imagen latente, que no causaba ningún daño, dónde lo representaba quizás más débil y desvalido, perdía entonces el miedo y tomaba fuerzas para salir a la pradera a cazarlo.
Por lo tanto, el ritual mágico que pretendía el hombre prehistórico al trazar la representación de un animal, era que esta representación era el propio animal, para el no existía una clara distinción entre la imagen y la realidad y así, con esta intención situaba al animal a su alcance y “matando” la imagen creía matar a su espíritu vital. Así era como la imagen “muerta” perdía para el su potencia, por el rito de su sacrificio y la magia surgía efecto. Los cazadores, cuyo valor se veía así fortalecido, tenían armas y un dominio mágico sobre el animal elegido.
Todo este ritual lo imaginamos observando las pinturas que perduraron hasta nuestros días, y vemos que también hay líneas que aparecen representando flechas y lanzas, las que son trazadas apuntando hacia los animales.
 
J. Bronowski, en su bello libro: “El Ascenso del Hombre”, dice al respecto:

“...Aquí, sólo puedo ofrecerle mi punto de vista personal. Creo que el poder que vemos expresado aquí por primera vez es el poder de la anticipación: la imaginación proyectada hacia adelante. En estas pinturas el cazador se familiarizaba con peligros que sabía tendría que afrontar, pero que todavía no había arrostrado. Cuando el cazador era traído a este sitio en medio de la oscuridad y de pronto se proyectaba una luz sobre las pinturas, veía al bisonte como lo tendría que ver frente a sí, veía al rápido venado, veía al esquivo jabalí. Y se sentía solo frente a ellos como se sentiría en la cacería. Se le hacía patente el momento del miedo; su brazo armado se flexionaba frente a una experiencia por venir y ante la cual no debería sentir miedo. El pintor había congelado el momento del miedo y el cazador pasaba por él a través de la pintura como a través de aire comprimido...”