Una relación "mágica"
Su relación con los primates “ha sido mágica”. Le llamó la atención cómo posaban: “Incluso uno se pasaba el pulgar por los labios. He descubierto que reaccionan como nosotros, con los mismos sentimientos, he visto cómo se abrazan, cómo respetan a sus muertos… Nunca hubo momentos de tensión porque acababan por reconocerme cuando volvía una y otra vez”. En ese ambiente se sucedieron unas fotos realizadas “con mucha paciencia, como cocinar una paella”, en blanco y negro, “porque le da atemporalidad y misterio”, y con la naturaleza como fondo, sin telas ni atrezos. Tampoco hubo cristal alguno entre ella y sus retratados.Hembra de bonobo con sus dos crías en la República Democrática del Congo.
La primera vez que Isabel Muñoz (Barcelona, 1951) entró en una reserva de bonobos con su cámara, uno de los simios acababa de morir y el resto de la manada estaba, literalmente, de luto. «No hemos podido llevarnos el cadáver», le explicó uno de los responsables del santuario a la fotógrafa, «porque están en duelo y necesitan despedirse de su hermano muerto. A veces, el fallecimiento de un ser querido les duele tanto que mueren de pena».
El respeto por los muertos que muestran estos primates, así como la ternura entre madres y crías, los abrazos, las caricias y los besos entre parejas de amantes, e incluso sus sofisticados juegos eróticos, son algunos de los comportamientos que más han impactado a Muñoz a lo largo de los tres años que ha dedicado a su último proyecto: una exploración fotográfica de los parientes más cercanos al ser humano en el reino animal, que le ha llevado a recorrer las principales reservas de grandes simios en África y Asia.
El objetivo de esta extraordinaria aventura ha sido retratar a los primates no como en los típicos reportajes de naturaleza a todo color, al estilo de National Geographic, sino en blanco y negro, con una estética que recuerda a los daguerrotipos de los antiguos fotógrafos ambulantes del siglo XIX. «Por eso este trabajo lo he titulado Álbum de familia», explica Muñoz en el estudio donde está dando los retoques finales a sus imponentes retratos, que se expondrán desde el 16 de diciembre hasta el 13 de febrero en la Galería Blanca Berlín de Madrid. «Les he querido retratar como en las clásicas fotografías de nuestros antepasados, porque de hecho su manera de mirar, sus gestos y sus posturas me recuerdan mucho a cómo posaban las personas en aquellas imágenes antiguas. Al fin y al cabo de ahí venimos, somos todos de la misma familia».
Muñoz, ganadora de dos premios World Press Photo, ha alcanzado su fama mundial como retratista del cuerpo humano, reflejando la belleza escultural de bailarinas, toreros, artistas de circo y luchadores de artes marciales. Todas sus imágenes se revelan mediante un minucioso y artesanal proceso de revelado sobre papel con una capa de platino, que les proporciona una insólita textura inalcanzable con la tecnología digital. Hasta ahora, sin embargo, jamás se había atrevido a fotografiar animales. Pero para ella, el desafío de retratar a los grandes simios ha sido la evolución lógica de su interés por el ser humano.
«Siempre me ha interesado mucho conocer de dónde venimos, y por eso dediqué mi anterior proyecto a retratar a las tribus de Etiopía y Papúa Nueva Guinea que viven de espaldas al progreso», recuerda Muñoz. «Pero cuando terminé aquel trabajo, me di cuenta de que si quería seguir profundizando en esta investigación antropológica del ser humano, el eslabón que me faltaba para acercarme a nuestros orígenes eran los primates».
Fue entonces cuando la fotógrafa recordó cómo cuando era niña, su madre le llevó al Zoo de Barcelona y se quedó impresionada al ver a Copito de Nieve, el mítico gorila albino. «Yo entonces debía tener unos 13 años y ya me había aficionado a hacer fotos. Me impactó muchísimo cómo posaba Copito delante de mi cámara y cómo no dejaba que le robara protagonismo otra gorilita negra con la que compartía su recinto. ¡Quería dejar claro que era la única estrella!»
Aquel recuerdo de infancia le impulsó en 2012 a iniciar su exploración fotográfica de los grandes simios, un proyecto que empezó en el Zoo de Madrid, donde se quedó hechizada por Malabo, el macho alfa de los gorilas. «Tengo que confesar que me enamoré de él, yo le hablaba y él posaba, sin dejar que se acercara el resto de su familia. Al igual que cuando fotografío a una persona intento crear una atmósfera para que se entregue ante mi cámara, eso lo logré con Malabo. Fue entonces cuando decidí lanzarme a conseguir el álbum completo de la familia de los primates, para captar toda su dignidad y su elegancia. Quería fotografiarlos de la misma manera que lo hago con los seres humanos, pasando tiempo con ellos y logrando que me miren».
A partir de aquel flechazo, ya no hubo nada que pudiera frenar a la infatigable fotógrafa, quien a sus 62 años inició una serie de viajes, no exentos de riesgos, a las principales reservas de bonobos, chimpancés y gorilas en la República Democrática del Congo, y de orangutanes en Borneo. «A mí no me bastaba ir como los turistas que pagan fortunas por hacer una visita guiada de hora y media, sino que me quise acercar a ellos como Diane Fossey hizo con los gorilas. En el Congo eso supuso un cierto riesgo porque es una zona muy conflictiva, y hubo momentos en los que llegué a pasar miedo. Pero así es como conseguí las imágenes que quería, y fue una experiencia maravillosa», asegura.
Las fotografías logradas por Muñoz a lo largo de esta odisea reflejan con una belleza arrolladora la sofisticación cognitiva y la complejidad afectiva de los grandes simios, desvelada a lo largo de las últimas décadas por los grandes pioneros de la primatología, como Jane Goodall y Frans de Waal. «He comprobado cómo los bonobos resuelven sus conflictos a través del amor, mediante una sexualidad sin barreras, y he visto cómo los chimpancés utilizan su inteligencia para cascar nueces con piedras que usan como primitivas herramientas. He observado a un macho alfa de gorila adoptando a una cría que se quedó huérfana y cuidando de ella como si fuera su madre, y también he sido testigo de la violencia de ese mismo macho, al matar a todas las crías de su rival», recuerda.
Por todo ello, la fotógrafa espera que su proyecto sirva para que el gran público descubra a través de sus imágenes «el hecho de que compartimos muchas de las mismas emociones, tanto las buenas como las malas, desde la empatía y la ternura hasta la agresividad y los celos», y que, en definitiva, «ellos, como nosotros, son una mezcla de luz y de oscuridad».
Si Darwin pudiera contemplar la hermandad evolutiva entre simios y humanos que han captado las imágenes de Muñoz, seguramente se le saltarían las lágrimas. «Me encantaría enseñarle mis fotos para revelarle todos los pequeños tesoros que he ido descubriendo sobre cuánto nos parecemos a los simios», asegura la fotógrafa. Su sueño es que Álbum de familia, al mostrar todo lo que nos une a los primates, sirva para concienciar a la sociedad de la tragedia que supone el hecho de que se encuentren gravemente amenazados por la caza furtiva y el mercado negro de especies exóticas.
«Me gustaría que el concepto de derechos humanos se extendiera a todos los grandes simios», concluye. «Ellos sienten, lloran y aman, y quisiera que mis fotografías, al reflejar estas emociones, sirvan para que reflexionemos sobre el daño que les estamos haciendo a ellos y a los ecosistemas del planeta que son su hogar. Forman parte de nuestra familia y tenemos que hacer todo lo que está en nuestras manos para evitar su desaparición».